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Ensayo Político por Juan Aníbal Gómez

"La búsqueda entre el Orden y el Desorden. Teoría del Caos, en Argentina y Venezuela"

Sección Opinión15/04/2023 Juan Aníbal Gómez
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ENSAYO POLÍTICO ...
LA BÚSQUEDA ENTRE EL ORDEN Y EL DESORDEN.. Teoría del Caos, en Argentina y Venezuela.

Por Juan Aníbal Gómez
El hombre: orden y desorden

Al principio el hombre busca principalmente a través de la ciencia un orden al mundo que lo rodea, pero en dicha búsqueda, se confunde el concepto de libertad, donde le principio básico, del orden, se establece naturalmente en el respeto de todo derecho, y no del personal. Es decir el desequilibrio, rige desde que el mundo es mundo, en los pueblos antiguos creían que las fuerzas del caos y el orden formaban parte de una tensión inestable, una armonía precaria. En ellos, el mito era la forma representativa de esa relación entre orden y caos. Como por ejemplo, los antiguos egipcios concebían el universo primitivo como un abismo sin forma llamado Nut; o en China, un rayo de luz pura, ying, surge del caos y construye el cielo, mientras la pesada opacidad restante, yang, configura la Tierra. Por otro lado, el mundo religioso cristiano también encuentra una reminiscencia mítica para definir esta relación entre orden y caos, a pesar de su carácter monoteísta dónde el universo bíblico comienza sin forma y vacío, hasta que Dios crea u ordena. En el mito se conjugan las fuerzas del orden y el desorden, en un juego que intenta abordar la realidad, describiéndola a través de signos, imágenes y reflejos de su percepción del mundo. 

Pero conforme el hombre fue evolucionando, empezó a complejizarse su visión del mundo, y en su incansable búsqueda por entender el universo, ya no era admisible la idea de entender los fenómenos en función de sus relaciones causales a través de un orden lógico. Nuevas ideas y teorías eran necesarias para explicar no sólo los fenómenos naturales, sino también incluso, los sociales, donde las distintas ideologías políticas, avanzaron hasta quedar en el abstracto de la confusión en dicha búsqueda. No todo lo anterior es malo, y no todo lo nuevo es malo, todo debe adaptarse a las circunstancias, pero sin olvidar los principios basicos del orden y la agudeza de los objetivos, sin caer en la groseria del abordaje a la corrupción, porque es el síntoma de perder el equilibrio como traicionar los principios de representar las necesidades de sus pueblos.

Para el pensamiento moderno, normas como lo centrado, adecuado y correcto eran y son imprescindibles; pues representan la posibilidad de influir directamente no sólo en el funcionamiento del mundo, sino también en su creación, en la búsqueda de su equilibrio llevado al habitat social, para no caer en la famosa Teoría del Caos.

La Teoría del Caos se fundamentó en los años sesentas, con el trabajo de Edward Lorenz. Su desarrollo empezó con Ilya Prigogine, ganador del premio Nobel de química en 1977, quien mostró que las estructuras complejas podrían resultar siendo las más simples. Esto es como si el orden viniese del caos. Henry Adams describió previamente esto con su frase: “el caos frecuentemente cría la vida, cuando el orden cría lo habitual”.

Muchos han sido los científicos que han aportado valiosos conocimientos a la formación de esta teoría, la cual en nuestro días, comienza a convertiste en una ciencia fundamentada en si misma. Y más aún, con los nuevos descubrimientos que sugieren que tanto el caos como la irregularidad, son elementos que tienen leyes propias: el orden se desintegra en caos y el caos construye el orden.

Para entender un poco más los fenómenos caóticos, Cazau señala que:

Si un fenómeno descrito no puede predecirse, ello puede deberse en principio, y como mínimo, a una de tres razones: a) la realidad es puro azar, y no hay leyes que permitan ordenar los acontecimientos; en consecuencia: resignación; b) la realidad está totalmente gobernada por leyes causales, y si no podemos predecir acontecimientos, es simplemente porque aún no conocemos esas leyes; en consecuencia tiempo, paciencia e ingenio para descubrirlas, y c) en la realidad hay desórdenes e inestabilidades momentáneas, pero todo retorna luego a su cauce determinista.

¿Cómo se produce? ¿Cuáles son sus consecuencias? ¿Es el caos SOCIAL un ‘desorden’ o un orden no-conocido?

En las sociedades, el caos comienza como una ‘crisis de percepción’. Lo que parece no necesariamente es ‘lo-que-es’ y la percepción se convierte en la realidad para los perceptores. Esa situación, en la que tiene mucho que ver los ‘agentes’ ductores y manipuladores de la opinión pública, la llamamos ‘vórtice social’, que como los vórtices que se suceden en la naturaleza, es un sistema aparentemente desordenado pero que en conjunto representa un orden distinto, inesperado, fatal  para el statu-quo en muchas ocasiones. El vórtice social se presenta, bien de manera espontánea por acumulación social de pequeños cambios, bien de manera accidental o provocada por variables endógenas o exógenas.

Esto es así porque la complejidad del mundo nos ha conducido a simplificar la realidad, a abstraer la naturaleza para hacerla cognoscible y, tristemente, a caer en la trampa de la dualidad. Bien y mal; objetivo y subjetivo; arriba y abajo; revolucionario o escuálido.  Pero la tendencia a ordenarlo todo choca con la misma realidad, irregular y discontinuo. Muchos científicos sociales ya han renunciado a la ilusión del orden para dedicarse al estudio del caos, que acepta al mundo tal y como es: una imprevisible totalidad. Si bien las leyes del caos ofrecen una explicación para la mayoría de los fenómenos naturales, desde el origen del Universo a la propagación de un incendio o a la evolución de una especie, también arrojan luces esclarecedoras sobre los fenómenos sociales aparentemente inexplicables. En el estudio del comportamiento humano y del consecuencial ‘orden social’, el problema parte del concepto clásico de ciencia social, que exige la capacidad para predecir de forma certera y precisa la evolución de las estructuras y hasta del comportamiento masivo en un conglomerado, desde las más elementales agrupaciones humanas como la familia y el dintorno social, hasta las más etéreas pero complejas organizaciones sociales como las vecinales, las municipales, el país y el Estado.

Pero todos los sistemas sociales se desestabilizan, y al hacerlo entran en una fase caótica. ¿Por qué acontece esto? Porque se cumple el Principio de la Turbulencia de la Ley del Vórtice, el cual asegura que las organizaciones sociales requieren para su desarrollo la ambigüedad de saber y no saber, de lo inadecuado, de la incertidumbre, de la alegría, del horror, de la aceptación de los rasgos metamórficos y no lineales de la realidad, es decir todas las facetas del caos creativo.

El odio: Primer escenario

Los disipadores del caos social pueden ser considerados a priori como elementos de control social, que es el conjunto de prácticas, actitudes y valores destinados a mantener el orden establecido en las sociedades. Aunque a veces el control social se realiza por medios coactivos o violentos, el control social también incluye formas no específicamente coactivas, como los prejuicios, los valores y las creencias.  Entre los medios de control social tradicionalmente aceptados como tales están las normas sociales, las instituciones, la religión, las leyes, las jerarquías, los medios de represión, la indoctrinación, los comportamientos generalmente aceptados y los usos y costumbres (sistema informal, que puede incluir prejuicios) y leyes (sistema formal, que incluye sanciones).

La sociología moderna reconoce seis tipos de controles: El control físico, que es  LA FUERZA, la violencia, el castigo que se aplica al individuo que la sociedad determina está fuera de las normas establecidas.  El control social primario y aquí nos referimos a la familia.  El control político que se ejerce a través de las leyes, con la intervención del gobierno y con la aplicación de esas leyes.  El control ético que se refiere a las costumbres; el control de clases también llamado ‘de las ocupaciones’ que se imbrica en la estructura misma de las sociedades. Y  el control de las estratificaciones, un control que alude a otros aspectos, no solo económicos sino también culturales.

Desde una perspectiva epistemológica, el enfoque cognoscente del odio es definido como un sentimiento negativo, de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, situación o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir aquello que se odia. Así concebido, el odio se fundamenta en el miedo a su objetivo, ya sea justificado o no, o más allá de las consecuencias negativas de relacionarse con él. El odio se describe con frecuencia como lo contrario del amor o la amistad, pero otros investigadores sociales, como Elie Wiesel[1], consideran a la indiferencia como lo opuesto al amor. Para él, el odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción, aunque la mayoría de las personas puede odiar eventualmente a algo o alguien y no necesariamente experimentar estos efectos.  Pero el odio no es necesariamente irracional o inusual. Para algunos psicólogos estructuralistas, odiar es razonable, entendiendo tal sentimiento como una aversión que se suele enfocar hacia la gente o a las organizaciones que amenazan la existencia, o que hacen sufrir, o cuya supervivencia se opone a la propia y entonces surge un sentimiento, que puede ser individual o grupal, a partir del cual se odia a lo que se opone a la salud y al bienestar.

La primera condición de una sociedad que se precie de ser democrática es la posibilidad que tienen sus integrantes de disentir y de aceptar el juicio distinto de otras personas, aún en temas fundamentales, sensibles, controversiales y trascendentes. La tolerancia al otro es la aceptación de su existencia y derecho a ser: como sea, como quiera. La tolerancia obliga a las formas más acabadas de la civilización. Sustituye por ejemplo, la acción directa por el diálogo; el enfrentamiento hasta abatir al contrario por el debate; el imperio de LA FUERZApor la diplomacia y por último, la guerra por la política. Obliga, en una palabra, a reconocer que la vida en sociedad es más el producto de lo que tenemos en común, de nuestro piso mínimo de acuerdo que es la posibilidad de negociar nuestro espacio vital con el otro, que la sustracción generada por la división y encono que nos encierra en un laberinto cruel.

A pesar de esta condición primigenia de la sociedad, ésta desarrolla componentes grupales de odio rencoroso y vengativo como un vórtice extraño, un caos social que se auto organiza y produce patrones ordenados. Entonces surgen formas sociales estructuradas a partir de unpunto de bifurcación, momento en el cual se crea un rizo de retroalimentación negativa (el odio social, en todas sus manifestaciones) y el sistema social se transforma a sí mismo.

La paranoia del rencor que genera la propaganda del odio se dispersa fácilmente entre la población y la vuelven dócil. El odio avanza a paso redoblado porque es el método de los poderosos para mantener vigente el proceso controlentrópico en las sociedades. Las explicaciones socioeconómicas al uso, la miseria, la pobreza, el analfabetismo, son fruto de una tesis mayoritaria biempensante de que el odio mayúsculo no existe. Todo se explica, se comprende, se excusa: El pedófilo deja de ser el agresor de menores para transmutarse en otra víctima de una infancia desgraciada. El asesino de ancianas se autoexime arguyendo una presunta necesidad de dinero para alimentar a unos hijos que en la realidad tiene pero que abandonó hace años. Los violadores de barriada se consideran los hijos de la tasa de desempleo nacional. Mentiras mil veces repetidas como coartada de una condena del “sistema”, según la vulgata marxista, capitalista y, como alienación judeocristiana.

Contrario a ese pensamiento único del odio mesiánico, que bajo la apariencia de insurrección contra la miseria y la globalización, esconde un catecismo revolucionario que busca derrocar el “sistema” movilizando ideológicamente a las masas en nombre de la raza, la nación, la clase o Dios, Glucksmann nos recuerda que el odio sí existe. Incluso, en ocasiones, antes de esa redención que ejercen los medios, se nos aparece desnudo bajo la crudeza del horror. En Manhattan, en Atocha, en Beslán, en Londres, en Ruanda, en Liberia, en Chechenia…En tantos sitios, muchos de ellos olvidados por esa conciencia mundial que sólo acierta a vislumbrar la muerte allí donde puede magrearla a su propia conveniencia.

El odio social original, generado y exacerbado por el racismo político de Johann Gottlieb (un odio racial que mantuvo su vigencia hasta muy entrada la modernidad, representado en el terrorífico apartheid surafricano, iniciado en la Guerra de los Boers y finalizado con la elección del  Nelson Mandela a la Primera Magistratura de Suráfrica) involucionó sutilmente hasta generar una nueva bifurcación en la sociedad occidental: El chauvinismo social, la más reciente y permanentemente actualizada construcción social de odios.

Se llama habitualmente chovinismo como también chauvinismo, (del personaje teatral de patriota francés Nicolás de Chauvin) a la creencia narcisista próxima a la paranoia y la mitomanía de que lo propio del país al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto. El nombre proviene de la comedia La cocarde tricolore de los hermanos Cogniard, en donde un actor, con el nombre de Chauvin, personifica un patriotismo exagerado.

Más allá del racismo y del chauvinismo, el proceso controlentrópico de las sociedades encontró un nuevo elemento para construcción SOCIAL del odio: la homofobia, la discriminación social por motivo de género (si… la homosexualidad ya está siendo considerada ‘un género’, el tercero), especialmente en colectividades conservadoras, apegadas fuertemente a la religiosidad, tradicionalistas y machistas.

El fenómeno controlentrópico de la homofobia se hizo presente en la política de algunos gobiernos tanto de origen y tendencia democrática, como aquellos de marcada orientación autoritaria. 

Pero el auge inusitado de las migraciones, el creciente intercambio CULTURAL y comercial entre los países y un mestizaje cada vez más intenso han quebrado por su base aquellas concepciones chauvinistas. Hoy por hoy, las naciones no se crean en torno a razas ni costumbres únicas. Por el contrario, todas las sociedades modernas se precian de alimentarse de la riqueza étnica y cultural que le aportan sus miembros provenientes de todas partes del mundo.

Si el odio es una posibilidad siempre presente en el ser HUMANO, ¿Qué hacer para evitarlo? Vai-Lam Mui, economista de la Universidad de Hong Kong, ha demostrado que el rencor social se evita cuando la Constitución de un país incluye fuertes protecciones a los derechos civiles y políticos de las minorías. Tales protecciones evitan que los actores políticos, en el rol de gobernantes autoritarios, instrumentalicen a esas minorías y las conviertan en objetos o sujetos activos de odio social.

Ese no es el caso de Venezuela, un país donde su Presidente ha fomentado la división apelando al recurso del odio. Un odio de clases; los ‘patriotas’ versus ‘los pitiyanquis’, la ‘burguesía’ versus ‘el pueblo’; los ‘hijitos-de-papá’ frente a ‘los muchachos revolucionarios’. El de Venezuela es un odio sembrado también en lo institucional: Las gobernaciones ‘patriotas’ versus las gobernaciones o municipalidades ‘golpistas’. Y también es un odio sexista que se manifestó groseramente hacia la mujer, cuando desde la Primera Magistratura del Poder Ejecutivo, el Presidente de la República amenazó públicamente a su esposa, a través de los medios de comunicación social ‘encadenados’ en una de sus tantas alocuciones, con ‘darte lo tuyo’ un Día de la Madre, en abierta y manifiesta sublimación de un narcisismo sexual.

Los procesos de controlentropía social, que en un principio pretenden incentivar la participación ciudadana mediante una propuesta de cogestión, la mayoría de las veces no son más que instrumentos colegiados para disolver los vórtices sociales, las entropías y finalmente el caos que pueda engendrar un nuevo estadio negentrópico. Ante la amenaza que representan los cambios sociales radicales, las diferencias de raza y de género y las novedades CULTURALES provenientes de quienes defienden ideas y acciones contrarias al ‘statu-quo’, y que son entendidas como una amenaza por parte de quienes detentan la gobernabilidad institucional de una sociedad, el odio es, después del miedo, el soporte estratégico del control social.

Al provocar e incentivar el odio hacia lo diferente, lo desconocido, lo nuevo, la institucionalidad no hace otra cosa que apelar a los instintos, que no a la razón o al diálogo, para crear una barrera que proteja la organización endógena de la sociedad sobre valores preestablecidos, que no son otros que aquellos procesos que el sistema utiliza para controlar y reducir los mecanismos y las acciones que puedan generar entropía.

El proceso mediante el cual quienes detentan la gobernabilidad institucional de las sociedades generan los sucesos que permiten prolongar la controlentropía se llama ‘comunicación de masas’. A través de una comunicación de masas eficaz, (la cual supone entender que el orador y la audiencia interactúan en una categoría social común, de modo tal que el orador puede interpretar la relación de los sucesos reales y posibles en función de las preocupaciones colectivas compartidas), los comunicadores se colocan en posición de responder determinadas preguntas fundamentales para el público destinatario que se proponen alcanzar: “¿Qué significa esto para nosotros? ¿Nos representa, o socava lo que somos, lo que creemos y lo que es importante para nosotros?”

En otras palabras, la orientación de un público hacia un objetivo determinado depende de cómo nos interpretamos “nosotros”, de cómo se interpretan “ellos” y de la relación que se forma entre esas dos interpretaciones. Contrariamente a las creencias populares y a las interpretaciones erróneas de ciertos círculos académicos, no existe una antipatía o un antagonismo inherente entre personas que son diferentes o que incluso se consideran pertenecientes a grupos diferentes. Incluso cuando ese antagonismo se presenta como un reflejo de “odios antiguos”, es necesario mucho trabajo de retórica para crear condiciones propicias para la exclusión, la discriminación y la violencia.

El odio como estrategia política de dominación y control no se contiene exclusivamente dentro de los límites de la legalidad de una sociedad estructurada. La post modernidad, con sus características más resaltantes, la integración mediática en una aldea global (internet) y el impulso sostenido a las singularidades han generado una amenaza muy particular, la identidad colectiva, que dispara los procesos entrópicos que amenazan el paradigma CULTURAL del ‘estado-nación’ y provocan que éste pierde eficacia orientadora en el conjunto social. En ese momento, el mecanismo de control psico-social se vuelve incongruente, entre lo que se cree y siente. La realidad percibida en el inconsciente colectivo comienza a fracturar la relación-sentimiento entre la fe en el proyecto político y la ineficacia que muestra la narrativa dominante para justificarse. La sociedad, comienza a fracturarse y la población se torna ambivalente. Las presiones demográficas, la crisis fiscal, la división de las elites jóvenes insatisfechas, la angustia inflacionaria y las presiones tributarias en el pueblo generan una aguda ambivalencia psico-social, y así, los mecanismos institucionales, formales e informales reductores de la entropía se vuelven ineficaces, conduciendo con ello a que una entropía global del sistema aumente aún más.

El miedo controlentrópico, ese “producto pasional inducido”, que es utilizado por las estructuras institucionales para reprimir y reconducir a los conglomerados SOCIALES y para disipar las entropías que puedan conducir en un momento dado al desarrollo de los vórtices caóticos en la sociedad, es paradójicamente uno de los sentimientos esenciales para promover el caos. Existen al menos tres escenarios en los que el odio se transforma en disparador caótico: 1.- Cuando los individuos jerarquizan la identidad colectiva por encima de la identidad particular. 2.- Cuando los individuos, rechazados o no por su entorno, asumen el rol de vengadores anónimos y 3.- Cuando las estructuras sociales colapsan y surgen la anarquía, la desobediencia civil y el colapso institucional, cuyas manifestaciones más conocidas son el golpe de estado y la rebelión popular. Vamos a abordar en el presente ensayo los dos primeros escenarios y dejaremos para un análisis posterior el tercer escenario por tratarse de disparadores del caos que requieren un tratamiento en profundidad.

El odio es una noción que abarca una interrogante aun más extensa: ¿se puede hacer política con sentimientos extremos? Para algunos grupos, especialmente los nacionalistas/terroristas, la identidad colectiva se superpone al constructo de la individualidad, un proceso de desplazamiento valorativo-subjetivo que se inicia a muy temprana edad, de manera que el odio se inculca desde la infancia, como un legado familiar pero también como un compromiso grupal indeclinable. No puede insistirse lo suficiente en la importancia de las identidades colectivas y de los procesos para formarlas y transformarlas. Los separatistas son un ejemplo de esto que afirmamos acá: Ellos han subordinado su identidad individual a la identidad colectiva, de manera que lo que sirve al grupo, a la organización o a la red tiene importancia primordial. Ahora bien, ¿cómo se forma en el sujeto ese tipo identidad colectiva fundamentada en el odio?

La causa se les inculca durante la niñez pues hay una transmisión generacional de odio entre dos colectivos que comparten un territorio: “nosotros” y “ellos”. Los niños oyen de sus padres, ya fuese en los bares de Irlanda del Norte o en los cafés de Beirut o en los territorios palestinos ocupados, lo que “ellos” nos han hecho a “nosotros”, cómo “ellos” nos han robado nuestras tierras, cómo “nos” han humillado. De manera que, leales a sus padres que han sido perjudicados por el régimen, por ‘ellos’, los jóvenes ‘nosotros’ aceptan naturalmente la disgregación y se preparan para ejecutar ACTOS de venganza contra “ellos”, sin que opere algún protocolo de tipo moral.

Lo anterior representa una comprensión de la psicología terrorista nacionalista/separatista. ¿Qué pasa con la psicología terrorista religiosa fundamentalista? Aquí tenemos a individuos que “matan en nombre de Dios”. Sus acciones han sido investidas de significado sagrado por el clérigo extremista, ya sea un ayatolá, un rabino, un ministro o un sacerdote. Y debido a que ellos son “creyentes verdaderos” que aceptan sin crítica la interpretación de las escrituras por el clérigo extremista, no tienen la misma ambivalencia sobre la extensión de la violencia que tienen los nacionalistas/separatistas.

El fundamentalismo teológico es una poderosísima fuerza de odio que surge, en este caso, de la identidad religiosa, un enfoque aún más trascendente que pone cotas muy elevadas de sacrificio individual a favor del beneficio colectivo.  El odio internalizado va más allá de las costumbres focalizadas en un determinado espacio geográfico; se potencia por el respaldo de una deidad, cuyos texto sagrado y líderes adornan al ejecutante con el manto sacralizado del martirio y la promesa de un ‘más allá’ vívido y divino en el que el mismísimo Dios le reconocerá . Y no es por coincidencia que los candidatos al suicidio religioso sean, como en los movimientos separatistas y/o nacionalistas, niños y jóvenes púberes.

No hay una explicación única para la causa de la psicología del suicidio terrorista. Muhammad Hafez, en su “Manufacturing Human Bombs”, identifica tres condiciones como requisitos previos: 1.- una cultura de martirio, 2.- clérigos estratégicos para emplear esta táctica y 3.- el suministro de voluntarios dispuestos.

El escenario del odio, como hemos podido analizar, es el primer eslabón de la cadena de eventos promovidos desde las instancias de la controlentropía SOCIAL para provocar una fractura, no sólo de las instituciones a subvertir, sino una fractura más profunda, en el sentimiento de los individuos, con el propósito de anular las entropías que se generan en su seno y con ello prolongar el control social.

El miedo: Segundo escenario

Cuando la controlentropía se ejecuta en ambientes sociales ‘cerrados’, dirigidos por un líder que controla a su vez el conjunto de subsistemas sociales y éstos responden a una visión única, mesiánica y revolucionaria, entonces esta fase cierra el crecimiento social (o lo condiciona), induce y dirige unilateralmente la economía, genera grandes insatisfacciones en la población y desestabiliza el inconsciente colectivo, provocando un cambio artificioso del carácter social que introduce profundas desviaciones en el contrato social previamente convenido y consensuado que llamamos proyecto país. Para reafirmarse en los distintos colectivos y prologar lo más posible el estadio controlentrópico, los líderes mesiánicos (a través de las instituciones gubernamentales, o de los entes formadores y forjadores del carácter social) utilizan al miedo como generador del escenario sobre el cual van a ejecutar sin oposición ni controles, la segunda fase del proceso: el sometimiento de las multitudes, previamente divididas en clases, castas o categorías a partir del miedo precedente.

Casi todos los investigadores coinciden en afirmar que, de una manera u otra, el miedo mueve la historia. Julio César, Napoleón, Calvino, Hitler, Franco, fueron los dueños del miedo unipersonal, mientras que las leyes teocráticas, las organizaciones para-gubernativas y los regímenes políticos se apropiaron del miedo como institución controladora.  Angustia, asqueo, depresión, hastío, incertidumbre, intranquilidad, rabia, tristeza, son las sensaciones de quienes están sometidos por el poder en cualquiera de sus manifestaciones, específicamente cuando este poder ejecuta las acciones que disipan probables o posibles entropías sociales; vale decir, cuando utiliza para su provecho el miedo social, porque al inducir el miedo facilita el ejercicio del poder como control político y social.

Los Gobiernos, sean cuales fueran sus orígenes y sus sistemas gubernativos, han utilizado desde siempre la amenaza y el miedo como arma de dominación política y control social, pues el miedo impulsa a la victima a obrar de determinada manera para librarse de la amenaza y de la ansiedad que produce. Entonces, quien suscita miedo se apropia hasta cierto punto de la voluntad de la víctima e intenta conseguir que la otra persona ponga en práctica una de las conductas ancestrales para huir del miedo: la sumisión.

El desorden SOCIAL institucional, representado por una delincuencia organizada desde el Gobierno, es consecuencia del deterioro de la estructura social, una especie de “campo de cultivo” de la violencia, y se presenta como una forma de riesgo y vulnerabilidad e incertidumbre en la población. Los factores que inciden en la problemática son: la falta de garantías, la ineficiencia de la policía, el poco o nulo profesionalismo de los agentes del ministerio público y la ausencia o no ejecución de reglas, normas, leyes que se apliquen conforme a derecho legal y jurídico.

Pretendemos acá una elemental reflexión sobre la dimensión social del miedo a través de diferentes autores y perspectivas analíticas que transitan por espacios y tiempos también distintos; pasados y presentes que nos hablan del mundo occidental, sobre la forma como se construyen y circulan los miedos en las sociedades como instrumentos disipadores de la entropía social.

De modo que la privatización de espacios residenciales, la contratación de vigilancia formal y/o informal, el pago de vacuna, el porte de armas, las precauciones cotidianas, las conductas de inhibición, la organización de comités de seguridad vecinal, etc., no son sino respuestas de autoprotección o autodefensa (unas benignas, unas no tan benignas) desarrolladas en forma colectiva o individual. Ese es el resultado de la inexistencia del control adecuado de la inseguridad por parte de las instituciones establecidas para tal fin, lo que posiblemente esté llevando a vivir en actitud de permanente vigilancia de unos a otros y con riesgos adicionales a los generados por la actividad delictiva común.

Las preguntas por el miedo y sus incidencias sobre la controlentropía social irremediablemente evocan la imagen del Leviatán; ese gran hombre artificial, cuyo cuerpo está formado por multitud de pequeñas figuras HUMANAS que se apretujan en la vasta corporeidad del gigante, desdibujadas e imprecisas, como para darle realce y significación a ese nuevo dios mortal, que se alza majestuoso y amenazante sobre un horizonte de pacíficos entornos urbanos y rurales, blandiendo la espada de la victoria y el báculo de la autoridad. Esta imagen inquietante y perturbadora, propuesta por Hobbes para ilustrar la primera edición de su libro en 1651, despierta reacciones encontradas.

Día a día crece el sindrome del miedo. En las principales capitales venezolanas, así como en cualquier otra ciudad, el miedo agarrota los nervios y las mentes de las personas como un virus. El dominio social del miedo está representado en los asaltos, lo que lleva al ciudadano a convertirse en prisionero de su propia casa, cerrada con mil llaves, dotada de alarmas de seguridad y desfigurada visualmente por las verjas que cubren las ventanas porque el miedo es provocado por lo desconocido. El portero de la entrada debe exigir la identificación; el nombre y su procedencia el que se anuncia por intercomunicador; el visitante es espiado por el ojo mágico y finalmente las cerraduras infinitas de llaves dentadas especiales, desplazan postigos de ACERO, cuarterones y trampillas, una por una, mientras el miedo del que abre y el miedo de quien espera van in crescendo, llevados de la mano por la angustia, prima hermana de aquél.

Por el miedo y la angustia, la enfermedad de moda es la agorafobia: el miedo a los lugares públicos.  Se teme que en la plaza haya ladrones escondidos detrás de los árboles y que los niños mendigos se transformen en peligrosos asaltantes al aproximarse al vehículo. Aumenta el número de personas que prefieren no salir de noche, que nunca usan joyas y que sienten pánico si alguien se acerca a ellas para preguntar una dirección. El hombre es, ahora más que antes, el lobo del hombre.

¿De dónde procede tanto miedo? De la sociedad en que vivimos, marcada por una abismal desigualdad. Si no somos iguales en derechos y en las mínimas condiciones de vida, ¿por qué asustarse ante semejantes reacciones? ¿Cómo exigir cortesía a una persona que siente en la piel la discriminación racial, y en la pobreza la discriminación social? ¿Cómo esperar una sonrisa de un niño que, en el tugurio en que vive, ve a su padre desempleado descargar el efecto de la borrachera pegándole a su mujer? La discriminación humilla y la humillación genera resentimiento, amargura y sublevación.

Esta alegoría del Leviatán, plena de imágenes y de metáforas, que inquieta e interroga al mismo tiempo, es la representación simbólica de lo que sería del Nuevo Orden; el orden político moderno; el Estado Nacional soberano y unitario, que gobierna sobre un conjunto social pacificado y desarmado, un corpus político constituido y resguardado de las dificultades de la vida en común, una vez que se conjurase el peligro de las guerras civiles y las violencias comunes. Esta alegoría que ilustra la obra del Leviatán está prefigurando el nuevo sentido del poder en la modernidad y el advenimiento de un orden diferente de mando y obediencia.

En tanto la violencia se enseñorea desde el orden estatal de la sociedad de masas; se producen las inversiones que trastrocan el orden jerárquico no solo entre vita activa y vita contemplativa sino entre la articulación misma de acción, trabajo y labor –con esta última ocupando el rango más alto- ; y por último, el espacio de aparición es sofocado por el ascenso de la sociedad y la esfera económica. Entonces, ¿cuál es el lugar del poder en la modernidad?

La búsqueda de un nuevo principio racional de orden político, que indujo a Hobbes, como antes lo había hecho Maquiavelo, a situar la mirada sobre el Hombre, sobre la naturaleza HUMANA, sobre la condición de ser mortal, con derechos naturales, es verdad, pero también con deseos y pasiones; con odios y amores; con temores y esperanzas; con ánimos de competencia y con propósitos de gloria y honor. En suma, un ser humano común, un cuerpo pasional lleno de deseos que compite por ellos con otros hombres iguales a él y que por lo tanto desean y temen las mismas cosas.

Pero para pensadores modernos, como Hannah Arendt el poder no se funda en el miedo ni es violencia. “Hablar de un poder no violento constituye en realidad una redundancia”. La violencia, lejos de ser una flagrante manifestación del poder, es su opuesto; donde uno domina absolutamente falta el otro. Ahondando en esta distinción, escribe: “Poder corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y sigue existiendo mientras que el grupo se mantenga unido.” (1973) 

Un gran contraste, este que genera la noción del poder en la post modernidad de Hannah Arendt en relación con el miedo hobbesiano, para quien el turbación que produce el miedo es una pasión humana que explica la guerra y la paz; miedo que él considera principio estructurante del orden político y de la soberanía del Estado. El miedo hobbesiano es esencialmente moderno; miedo a los otros hombres en tanto que son libres e iguales; miedo racional que calcula, prevé y obra en consecuencia; miedo que se representa y se imagina lo que el otro puede hacer, porque todos tienen las mismas pasiones y deseos; en fin miedo secularizado que no puede esperar recompensas en el más allá, porque no hay más vida que ésta y por eso el propósito central de los seres humanos es preservarla hasta que la propia naturaleza defina cuál es el momento de la muerte, pero ante todo, se trata de miedo al desorden, al caos, a la incertidumbre y a la contingencia de vivir sin un único principio de orden en la sociedad de la violencia.

La violencia aparece en la visión arendtiana como regida por la categoría medios-fin, como puramente instrumental, y por lo tanto, siempre necesitada de una guía y una justificación hasta lograr el fin que persigue. Podrá justificarse, pero nunca será legítima. La legitimidad queda reservada para el poder a la reunión inicial de quienes actuaron juntos en el pasado. De esta manera, el poder pertenece a la categoría de los absolutos, es un fin en sí mismo. El poder es la verdadera condición que permite a un grupo de personas pensar y actuar en términos de categoría medios-fin. El poder, entonces, corresponde a la esencia de todos los gobiernos, entendidos estos últimos como poder (no instrumental) organizado e institucionalizado. Pero cuando el poder se instrumentaliza, lo hace a partir de los miedos SOCIALES e individuales.

Los dominios del miedo moderno suscitan en cada individuo la existencia de los otros con los cuales se relaciona y convive; la otredad provoca un miedo secular y mundano, que adquiere su sentido en el aquí y el ahora; miedo propio de la naturaleza humana y de su condición, que es propio de aquellos que temen a sus semejantes porque saben que no son diferentes a ellos y por lo tanto persiguen cosas similares; miedo que nace de la convivencia porque el hombre no es un ser solitario y está obligado a vivir en contrapunto con los deseos y las pasiones de los otros y por tanto en permanente discordia con aquellos.

El próximo escenario: La ausencia moral

La ausencia de moral es el tercer escenario que necesita un régimen totalitario para perpetuar su ignominia. Siendo el primero el odio y el segundo el miedo, con la ausencia moral se construye la trilogía perfecta de la controlentropía necesaria en un régimen absolutista y egocéntrico.  La ausencia de escrúpulos y la falta de moral en los nacionalismos y totalitarismos que protagonizaron el siglo XX son la base de un fascismo irredento, que como un fantasma aparece en la alborada del tercer milenio en Venezuela, intrépidamente y de la mano de un menaje ideológico difícil de tragar y mucho menos de digerir, al cual identifican como ‘socialismo bolivariano del Siglo XXI’.

Pero cabe acotar que la vinculación entre la teoría ética del Estado y la práctica moral de los Gobiernos es uno de los problemas recurrentes de la filosofía moral en las sociedades contemporáneas, con particular incidencia en el escenario producido por el liberalismo económico, moral y político. En primer lugar, la imposibilidad de construir una moralidad pública en las sociedades laicas y plurales. Segundo, la falta de atención que las teorías suelen prestar al problema de la motivación moral. Finalmente, el peligro que representan hoy los fanatismos y los fundamentalismos morales y políticos. Los tres apartados tienen que ver con un tema nuclear en la ética de nuestro tiempo: el ejercicio de la libertad en las democracias actuales.

Porque la moral política occidental es el cortafuegos que evita que la corrupción política se desate sin control y contamine como un virus todo el sistema constitucional de las democracias occidentales.

También es el mecanismo de limpieza de oportunistas y toxinas antidemocráticos. Sin embargo, la moral política consiste en resistir la seducción de la grandilocuencia con la que se juega con la humanidad, el hombre y sus posibilidades. Pese a constituir un tópico recurrente de la vida cotidiana y merecer desde siempre un importante esfuerzo teórico, las relaciones entre política y moral no son un tema de abordaje sencillo. Prueba de ello es el que frente al actual y generalizado clamor por la moralización de la política, no se advierta que sin las debidas matizaciones ese reclamo podría fácilmente conducir a un dirigismo ético de carácter totalitario. Es decir a un Estado que alegando razones de salud pública impusiera coactivamente a sus ciudadanos una determinada moral cívica, social, sexual o religiosa, conculcando sus libertades en estos terrenos.

Moral y política, más allá de sus variables contenidos materiales, constituyen dos prácticas sociales de diferente naturaleza. La política conceptualiza un tipo específico de actividad HUMANA: la dirigida a la formación del orden colectivo más general de un grupo humano (Dowse y Hughes, 1979 Sartori, 1984). Es actividad política votar, sancionar una ley o concurrir a una asamblea partidaria, pero también lo es, por ejemplo, influir sobre otro para que cambie su ideología política. Las implicaciones de este hacer, que sin embargo no son notas definitorias de él, son la utilización y distribución del poder y la formalización de redes de autoridad sociales. La mayor y más formalizada de esas redes es naturalmente el estado.

La moral por su parte, constituye desde el punto de vista formal, un conjunto de principios evaluativo-prescriptivos de toda conducta humana y de sus diferentes objetivaciones (normas, costumbres, instituciones, estados, etc.). Es un orden que dice lo que es justo o correcto y en ése decir, implícitamente, ordena conductas. Se exterioriza en prácticas e instituciones diversas y su finalidad SOCIAL, por lo menos desde un ángulo laico, radica en prevenir los conflictos y promover la cooperación.

La ausencia de una moral, tanto en el Gobierno como en los ciudadanos que se rigen por aquél, constituye el caldo de cultivo ideal para que florezcan las autocracias. Se trata de una ‘ausencia’ necesaria para el cometimiento no sólo ya de injusticias y prevaricaciones, sino para la descomposición irreparable del más importante tejido conjuntivo de la sociedad. Ese que detiene al bárbaro, que protege a la moral y conduce el accionar de las políticas de un Estado sujeto a cánones éticos.

El Odio y el miedo se han desatado con furia sobre la sociedad Argentina, venezolana y Mexicana, acicateados por un proyecto comunista uno y no el otro, que ha fracasado estrepitosamente en múltiples escenarios y por la riqueza del ‘excremento del diablo’ que ahora ha producido paradójicamente más pobreza y más dependencia. Ambos, miedo y odio, se han convertido en argumento de división y disuasión social del discurso de quien dirige los destinos del país y estamos a un paso, corto, breve e inminente de consolidar el tercer escenario: la ausencia moral, paso que se dará si desde las aulas y los hogares se permite la indoctrinación que viene solapada, bajo la figura de leyes especiales y de inciertos reglamentos inexistentes, entre el falso pelaje de cordero de la licantrópica Ley Orgánica de Educación.

De todo lo escrito, nos debe llamar la atención que toda Ley, no puede estar sujeto a los circunstancial, sino a Derecho, en cumplirla Ley, y quedar sosjuzgado al orden.. porque el orden, no es de derecha ni izquierda, es simplemente el equilibrio..

 

por Juan Aníbal Gómez 

Dirigente Político y Social 

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